Paramos en Douz, la puerta del desierto, de donde salen todas las poderosas y organizadas excursiones en todoterreno que se pierden en su interior. Encuentro en su zoco los vasos para el licor que me gustan y compro una docena. Ellos los usan para el té pero a nosotros nos parecen los mejores chupitos del mundo. Completo mi afán de compra con un imán descolorido para mi colección de la nevera. En él se ve a dos camellos dándose un beso. Lo peor de lo peor. Supongo que para los tunecinos debe ser como para nosotros lo del toro y la sevillana. Ironías del turismo. En el mercadillo también venden alacranes disecados por todas partes.
Seguimos 150km por lo que la guía dice que es una pista, pero ya no lo es, menos mal. La carretera va paralela a lo que fue un oleoducto pero ya no lo es tampoco. Sólo quedan cientos de tubos negros medio enterrados en la arena. Las grandes dunas nos vigilan de cerca. El paisaje es impresionante. Además, hace viento y la carretera amenaza borrarse en cualquier momento. Para frenar la arena colocan barreras de hojas de palmera, que el viento entierra y convierte en dunas con crestas.
Llegamos al Ksar Guilane, escenario de películas como El Paciente Inglés, y ahora lo entendemos. El pueblo, cuatro gasolineras sin surtidores y unas cuantas casas, es rarísimo y los que parecen habitarlo más. Son como una aparición entre la arena. Para llegar al geiser del Ksar hay que atravesar el pueblo y adentrarse en el desierto 1km. Yo me niego a seguir con el coche que llevamos pero, ante mi sorpresa, coches parecidos pasan sin problemas. Cierro los ojos y cruzamos. Y entonces, el oasis. Una piscina natural de agua caliente rodeada de un par de chiringuitos y varios campamentos para dormir. Comemos brick y ensalada, no hay otra cosa.
Nos alojamos en el Paradise, una tienda para nosotros solos, con media pensión (no hay muchas opciones para comer en la zona), por 58D. La gerente habla español perfecto.
Por el camino hemos parado en el Café Tarzán, en la carretera. Un café remoto y solitario que regenta Tarzán, el propietario, y su gato. Y sentados en las alfombras, a la sombra de la única construcción a cientos de km, hemos vista pasar una hormiga que mas que andar, volaba... Leo en la guía que se trata de la Cataglyphis Forte, la hormiga del Sahara, una de las pocas especies animales que sobrevive aquí y tiene fascinados a los científicos por su capacidad para encontrar comida, desplazarse y orientarse en este inmenso desierto.
Esta tarde, después de que Mateo se echara una siesta en el bar del Paradise, porque en la tienda hacía mucho calor todavía, hemos ido a dar un paseo por el desierto. El objetivo era alcanzar una fortaleza que estaba en medio del desierto, como a unos 3km del campamento. Las opciones para llegar eran:
a) kuark
b) camello
c) a pie.
Como Mateo se niega a coger un kuark y cargarse la mitad de las dunas con el juguete, y yo me niego a coger un camello canijo y explotado como atracción turística, más chulos que un ocho, optamos por ir a pie, ante la sorpresa de los guías que piensan que estamos locos. En cuanto empezamos a andar entiendo su sorpresa. Andar por el desierto es muy diferente a andar por la playa porque hay dunas, sencillo de entender pero difícil de ver. Como decía el tuareg Mano Daljak, el desierto no puede ser descrito, tan sólo vivido.
Yo me paro cada dos metros a ver la microvida que late a ras del suelo: escarabajos, hormigas, huellas de otros animales que parecen lagartos, pequeñas y elegantes plantas creciendo con lo mínimo... Los de los kuarks se lo están perdiendo. Pero ay, al cabo de unas horas de subir y bajar dunas, a pleno sol, yo no puedo más. Estamos a medio camino del campamento y la fortaleza. Sólo llevamos una botella de agua y empieza a bajar el sol. Eso significa que hará mucho frío en un rato. Decidimos dar la vuelta. Mateo se habría quedado pero yo soy una miedica.
La vuelta es chulísima. Ya es casi de noche cuando nos acercamos al campamento y acaban de soltar a los pobres camellos del paseo turístico para que coman y duerman en el desierto. Y nos los cruzamos. Solos. A su aire. En libertad. Así sí. Los persigo en busca de una foto. Sólo estamos ellos y nosotros.
Seguimos 150km por lo que la guía dice que es una pista, pero ya no lo es, menos mal. La carretera va paralela a lo que fue un oleoducto pero ya no lo es tampoco. Sólo quedan cientos de tubos negros medio enterrados en la arena. Las grandes dunas nos vigilan de cerca. El paisaje es impresionante. Además, hace viento y la carretera amenaza borrarse en cualquier momento. Para frenar la arena colocan barreras de hojas de palmera, que el viento entierra y convierte en dunas con crestas.
Llegamos al Ksar Guilane, escenario de películas como El Paciente Inglés, y ahora lo entendemos. El pueblo, cuatro gasolineras sin surtidores y unas cuantas casas, es rarísimo y los que parecen habitarlo más. Son como una aparición entre la arena. Para llegar al geiser del Ksar hay que atravesar el pueblo y adentrarse en el desierto 1km. Yo me niego a seguir con el coche que llevamos pero, ante mi sorpresa, coches parecidos pasan sin problemas. Cierro los ojos y cruzamos. Y entonces, el oasis. Una piscina natural de agua caliente rodeada de un par de chiringuitos y varios campamentos para dormir. Comemos brick y ensalada, no hay otra cosa.Nos alojamos en el Paradise, una tienda para nosotros solos, con media pensión (no hay muchas opciones para comer en la zona), por 58D. La gerente habla español perfecto.
Por el camino hemos parado en el Café Tarzán, en la carretera. Un café remoto y solitario que regenta Tarzán, el propietario, y su gato. Y sentados en las alfombras, a la sombra de la única construcción a cientos de km, hemos vista pasar una hormiga que mas que andar, volaba... Leo en la guía que se trata de la Cataglyphis Forte, la hormiga del Sahara, una de las pocas especies animales que sobrevive aquí y tiene fascinados a los científicos por su capacidad para encontrar comida, desplazarse y orientarse en este inmenso desierto.Esta tarde, después de que Mateo se echara una siesta en el bar del Paradise, porque en la tienda hacía mucho calor todavía, hemos ido a dar un paseo por el desierto. El objetivo era alcanzar una fortaleza que estaba en medio del desierto, como a unos 3km del campamento. Las opciones para llegar eran:
a) kuark
b) camello
c) a pie.
Como Mateo se niega a coger un kuark y cargarse la mitad de las dunas con el juguete, y yo me niego a coger un camello canijo y explotado como atracción turística, más chulos que un ocho, optamos por ir a pie, ante la sorpresa de los guías que piensan que estamos locos. En cuanto empezamos a andar entiendo su sorpresa. Andar por el desierto es muy diferente a andar por la playa porque hay dunas, sencillo de entender pero difícil de ver. Como decía el tuareg Mano Daljak, el desierto no puede ser descrito, tan sólo vivido.Yo me paro cada dos metros a ver la microvida que late a ras del suelo: escarabajos, hormigas, huellas de otros animales que parecen lagartos, pequeñas y elegantes plantas creciendo con lo mínimo... Los de los kuarks se lo están perdiendo. Pero ay, al cabo de unas horas de subir y bajar dunas, a pleno sol, yo no puedo más. Estamos a medio camino del campamento y la fortaleza. Sólo llevamos una botella de agua y empieza a bajar el sol. Eso significa que hará mucho frío en un rato. Decidimos dar la vuelta. Mateo se habría quedado pero yo soy una miedica.
La vuelta es chulísima. Ya es casi de noche cuando nos acercamos al campamento y acaban de soltar a los pobres camellos del paseo turístico para que coman y duerman en el desierto. Y nos los cruzamos. Solos. A su aire. En libertad. Así sí. Los persigo en busca de una foto. Sólo estamos ellos y nosotros.

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