El día 24 salimos de Yusufeli hacia RIZE, pasando por un impresionante puerto de montaña en ISPIR, de 2600 metros (Oyiyags Gecidis), lleno de nieve y vacas, e IKIZDERE, donde intentamos dormir pero no había dónde. Bueno, sí había, pero sólo uno, un complejo "termal" de superlujo (o eso dicen ellos) lleno de saudíes y kuwatíes y sus respectivas (y numerosas) mujeres de negro, tapadísimas, que miraban desde fuera mientras ellos se bañaban en la piscina. Era tan horrible todo lo que vimos mientras nos tomábamos un té (para sopar) que nos fuimos. Las 600 liras que costaba la habitación más sencilla también nos disuadió pero sobre todo porque no lo valía ni de lejos. Alguien muy listo había construido un refugio entre la frondosa vegetación de esa zona montañosa para "los del golfo", donde los traían en furgonetas de cristales oscuros a refugiarse entre un verde que allí no tienen y a cobrarles cinco veces más de lo que valía por cada cosa que les daban (ejemplo: el té nos costó 5 liras, lo normal es 1 lira, y nos lo sirvieron en los mismos vasos, sin dulces ni nada sofisticado que justificara el incremento).
RIZE, sin embargo, era otra cosa. Por eso nos quedamos dos noches, en el humilde hotel EFES (150 liras), que nos ganó por el desparpajo que tenía el abuelo que lo atendía. Además de ser la capital de todo el té que se produce en Turquía (Caitur es el nombre de la empresa nacional que lo gestiona), también es famosa porque en la zona se rodó "Bal" ("Miel"), una película del director turco Semih Kaplanoglu (2016) que ganó el Oso de Oro en el Festival de Cine de Berlín y que cuenta la dramática historia de una familia que se dedica a recoger miel y té. En realidad cuenta la historia del hijo de esta familia, que el director continúa después en otras dos, "Egg" (2017) y "Milk" (2018), que buscaremos en cuanto volvamos a España. Nota: cada C que pongo en un nombre turco en realidad es una C con cedilla (y se pronuncia como CH) pero no sé ponerla con este teclado de la tablet que traigo :(
La zona es absolutamente impresionante, una garganta rocosa tras otra, con un río bravo encajonado al fondo, por el que se hace rafting, y laderas empinadas en las que se cultiva el té, con pendientes que calculamos superaban los 45 grados. Haciendo la ruta paramos en Camlihemoin, el único pueblo de la zona, donde compramos té negro ecológico en la tienda de una chica muy maja y nos comimos una caracola riquísima que compramos en una panadería (no es fácil encontrar dulces aquí que no estén bañados en diez kilos de miel). Luego, entre cascadas y castillos escondidos en la espesura que había que visitar, vimos a una pareja haciendo dedo y los recogimos. Dónde vais? Les preguntamos. Adelante, señalaron. Pues como nosotros, subid. Resultó que eran palestinos. Él vivía en Turquía y ella, su mujer, que era profesora de árabe en la universidad, había venido a verlo. O eso creímos entender. Porque él hablaba un inglés ininteligible. Yo estaba entusiasmada de conocer a unos palestinos modernos. Él había viajado por todas partes. Y mientras seguimos ruta montaña arriba. Y la carretera cada vez peor. Y nosotros con ganas de darnos la vuelta. Y vosotros que hacéis? Y ellos que para delante. Pues nosotros para delante. Hasta que llegamos a una pensión monísima, paramos a tomar un té para que nuestro cochecillo se recuperara. Bueno, pues nosotros nos vamos a dar la vuelta. Pues ellos también. Pero dónde os dejamos. Nada. Adelante... Por un momento sentimos que nos habíamos metido en un lío, estos se vienen con nosotros al hotel de Riza, ya verás... Pasamos el día juntos y al final nos dijeron que los paráramos en medio de ninguna parte. Y allí los dejamos, sin entender lo que había pasado... Desde entonces decidimos no recoger a nadie más que hiciera dedo.
La ciudad ya he contado que nos encantó porque allí conocimos a esa pareja que amaba a los perros. Pero también porque se comía muy bien, la gente era muy amable, como siempre, había unas tiendas de té estupendas (donde venden un tipo de té que se llama "hospitality", que significa "el bueno, para las visitas") y porque encontramos un "bar de copas" musulman, es decir, sin alcohol, que ya lo quisiéramos allí. La carta de cócteles, zumos, batidos, infusiones y demás sin alcohol era infinita. Yo me tomé un batido de moca con caramelo salado, servido con todo el amor del mundo, que me reconcilió con la vida después del infierno de Artvin e Izikdere.
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