Mateo dice que lo que nos encontramos en Efeso no era nada (y eso que madrugamos) comparado con los turistas que visitan el Partenón de Atenas o el Coliseo de Roma. Pero yo no había visto nada igual en mi vida, ni siquiera en las fiestas de la espuma de la Zaira! Llegaban a cientos, a miles, y no paraban de llegar, en autobús, en coche, a caballo... Con sus chanclas y sus estrafalarias vestimentas, rojos como tomates, todos recién "descargados" de los megacruceros que recorren el Egeo. Un horror. Algo bueno? Que podías hacerles fotos y ni se enteraban; había tantas cámaras apuntando a todas partes, réflex, móviles, tablets, que nadie te decía nada ni se molestaba. Así que alí empecé mi nuevo proyecto fotográfico: "mujeres (turistas) fotógrafas". Me dí cuenta que las mujeres hacen muchas menos fotos que los hombres, que suelen ser las sufridas modelos que aguantan al sol en las poses más ridículas si ellos se lo piden, pero que algunas sí que hacían. Eran rápidas, como si les diera vergüenza, pero también se animaban a coger la cámara. Las había, incluso, que se fotografiaban a sí mismas entre las ruinas, eso que ahora se llama "la moda de lo selfies", es decir, de los autorretratos de toda la vida.
Efeso es impresionante, la verdad. Me sorprendió el sistema de canalización del agua que tenían, toda la ciudad estaba recorrida por tuberías de terracota que las excavaciones habían dejado al aire. Por cierto, esas mismas piezas las hemos encontrado "recicladas" en pueblecitos de los alrededores. Efes, como aquí la llaman (la cerveza más famosa del país lleva el mismo nombre), fue un modelo de gran ciudad, pura civilización, que resulta incomprensible (o demasiado comprensible, la verdad) que olvidáramos en siglos posteriores. Cómo pudimos retroceder tanto? Mientras caminada por sus calles enlosadas con mármol y veía los restos de sus fuentes, sus elegantes templos, su impresionante biblioteca (adordana con las figuras de las cuatro virtudes del conocimiento: Arete, Enoia, Episteme y Sofía, y construida con muros dobles para proteger los papiros que custodiaba), sus letrinas (eran un lugar de encuentro y conversación, con una fuente central aromatizada), su prostíbulo o su inmenso teatro, que corona la avenida que daba acceso a la ciudad desde el antiguo puerto, hoy colmatado por los sedimentos que a lo largo de los años el río Meandros ha ido dejando, no podía evitar que vinieran a mi cabeza las imágenes de esas oscuras ciudades medievales, con calles embarradas, sin saneamientos públicos, en las que los excrementos se lanzaban por la ventana (o en el mejor de los casos, se arrojaban en la parte de atrás de las viviendas) y las bibliotecas eran de acceso exclusivo para el clero. Y me volvía a preguntar: ¿cómo hemos podido retroceder tanto?.
Junto a las ruinas de Efeso también pudimos visitar por el mismo precio (25 liras por persona) la que llaman "la iglesia de María", de la Virgen María, se entiende, un templo enorme, construido de ladrillo rojo que debió ser impresionante en su época. Y está aquí porque, según cuentan, San Juan (el bautista) llegó a Selçuk, la ciudad más cercana a las ruinas de Efeso (dormimos allí), hacia el final de su vida, y que fue aquí donde escribió su famoso testamento. La virgen le acompañaba. Y años después, alguien le construyó una iglesia a ella y otra a él. La de San Juan se encuentra en Sirince, un pueblo de montaña precioso, como a media hora de Selçuk, que es famoso porque hacen vino con fruta: melón, granada, higos... Su nombre significa "amabilidad" y decidimos visitarlo al atardecer, con la fresca, porque aquí moverse a mediodía es como hacerlo en Murcia, un suicidio, y nos sorprendió muchísimo porque es precioso.
El pueblo entero vive dedicado al turismo y todas las calles están llenas de puestos en los que, además del vino típico de la zona, te venden aceite de oliva y todos sus derivados, sobre todo jabones, junto con otras artesanías que hace la gente del pueblo, con ganchillo, bolillos o tejidas de diferentes maneras. La zona tambiés es famosa por el trabajo en fieltro. En una de las tiendas, la única en la que entré, atraída por la belleza de las preciosas alfombras hechas a mano que tenían (ni me atrevía a preguntar el precio), me compré un colgante de un tulipán pintado en piedra (aunque viajamos en coche, no me puedo olvidar que luego habrá que empaquetarlo todo y meterlo en las mochilas para subirlo al avión). Resulta que los tulipanes son originarios de aquí y no lo sabíamos. SOn casi un emblema nacional y por lo que se ve tienen una simbología específica: si miran hacia arriba, hablan de amor, y si miran hacia abajo, de dios. Cuál elegí yo?
Por la noche cenamos en Selsuk, junto a los restos del acueducto romano que recorre la ciudad, la cual nos sorpendió para bien porque, aunque también está orientada al turismo, conserva su encanto y sobre todo es muy tranquila. Yo cené unas ricas sardinas y Mateo una dorada a la brasa, que acompañamos con un delicioso humus casero y un pan recién hecho que casi se nos saltan las lágrimas de emoción! En Selsuk también se encuentra el Museo de Efeso, que intentamos visitar porque aquí se encuentran piezas únicas que consiguieron salvar del expolio alemán, como la esatua de Príapo que me moría por ver, el gran dios erecto, pero no fue posible porque estaba de reformas.
PD: hemos descubierto que Mateo tiene los pies idénticos a los de las esculturas griegas!
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