Sí, otra vez Turquía! Este año hemos decidido volver por tercera vez a perdernos por las carreteras secundarias de este país que sentimos como algo nuestro. Ya lo hicimos antes por la Capadocia remota, lejos de los autobuses de japoneses, y unos años después por la costa del Egeo, que recorrimos hasta Antalia, pasando por Izmir que tanto nos gustó. Alquilamos un cochecillo (siempre menos de lo que necesitaríamos), echamos lo imprescindible a la maleta (siempre más de lo que acabamos necesitando) y nos dedicamos a deambular por esas zonas, mapa en mano, en las que apenas puedes leer los nombres de los pueblos, si aparecen, y tampoco hay información turística sobre ellas. Un slow travel en toda regla en el que recorremos cada día, como máximo, 100-150 km, y la mayoría muchos menos.
De Turquía nos gusta todo menos su música. Mejor decirlo antes de empezar: no hay quién escuche la radio en el coche. Sólo tienes dos opciones: letanías infinitas del Corán que te inducen al trance y dan un sueño terrible o música moderna turca que, perdonadme, suena toda igual. Supongo que la gente, en sus casas y en sus coches, pondrá otra cosa pero nosotros no hemos acertado a encontrar más variedad. Así que Spotify premium resulta imprescindible para viajar por aquí.
Sin embargo, la comida está riquísima: llegues a donde llegues, más allá de los imprescindibles lahmacun, pides y kebabs, existe un mundo infinito de sopas y guisos en los que las verduras y las legumbres de calidad abundan (no lo dicen pero intuimos que la mayoría es superecológico), acompañados siempre de ensalada de tomate, pepino, cebolla y perejil fresco. Preparan las berenjenas de mil formas distintas y usan una salsa de reducción de moras como aderezo que me encanta. No beben alcohol porque son musulmanes pero puedes acompañar los platos con ayran, un batido de yogur salado que también me gusta mucho y ya tengo asociado, de forma imprescindible, al sabor de la comida turca. La cerveza es normalilla tirando a floja y con el vino nos hemos atrevido alguna vez pero nunca compensa, teniendo los vinazos que tenemos en casa. De postre siempre té y si tienes suerte, un vasito de raki con uvas (aguardiente anisado que se toma diluido en agua, parecido a nuestras "palomas"), otra de las cosas que más me gustan de aquí.
Su carta infinita de paisajes y su enorme patrimonio cultural es la segunda razón por las que volvemos una y otra vez a Turquía. Empiezas el día atravesando llanuras de prados verdes, cuajados de flores, bajo un sol de justicia, y acabas en medio de un bosque, a 2500m de altura, rodeada de abetos gigantes entre los que se esconden los osos, bajo la lluvia y junto a un fuego embrujador. Visitas un pueblo de pescadores y mientras te tomas un té en la terraza del único bar de la zona, descubres que las piedras esas que hay en medio del agua en realidad son los restos de una ciudad griega que puedes visitar tranquilamente, sin que nadie te cobre entrada porque nadie le hace caso, de tantas que tienen. Haces kilómetros entre colinas suaves y onduladas y de repente emerge un roquedal imponente que esconde un edén verde en lo más hondo de su garganta, regado por un río como los que ya no quedan allí, y una preciosa iglesia georgiana, con más de mil años sobre sus piedras, descomponiéndose al ritmo de la vegetación que la sepulta.
Pero la razón que supera y culmina todas las demás es el carácter de los turcos. Son todo lo que me gusta: amables de corazón, los miras a los ojos y sientes que es de verdad lo que te dicen o hacen por ti, sin imposturas; dulces sin empalagar (aunque les encantan los dulces empalagosos, nadie es perfecto); son tranquilos, no chillan ni corren, pero tienen el pulso justo, un ramalazo mediterráneo, para que sepas que laten... Me quedo corta en todo, estoy segura, y asumo mi atrevimiento al definir, en tres líneas, un pueblo tan complejo y antiguo, con tantas capas de historia a sus espaldas. Pero seguiré pensando en esto, a ver si puedo mejorarlo en otras entradas...
Por lo tanto, y con esto acabo, como diría Sabina, nos sobran los motivos para volver una y otra vez a Turquía. Además, cuanto más venimos, más turcos nos volvemos (aunque se nos sigue resistiendo el turco). En este último viaje hasta en Estambul, que están acostumbrados a ver millones de turistas de todas partes y tienen el ojo entrenado, nos han confundido con turcos los propios turcos, nos hablaban en turco y no daban crédito cuando les decíamos que no, que nosotros "turis". Me llevaré en el corazón todas esas caras de sorpresa. Qué alegría saber que yo, de lo que tengo cara es de turca!
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