En Turquía, como buenos musulmanes que son, aman a los gatos, eso ya lo sabía. Estambul ocupa el puesto número 1 de forma indiscutible. Allí el ayuntamiento y la gente colocan casitas para gatos en cualquier esquina, con sus plásticos encima para que no se mojen cuando llueve y elevadas, aunque sea, sobre unos ladrillos. También les dejan cacharros con comida y agua, que cualquiera que pase va reponiendo porque en todas las tiendas venden bolsas pequeñas de pienso para gatos. En realidad, son los hombres mayores los que más se ocupan de ellos.
Navegando en un blog de una viajera, hemos descubierto que incluso han hecho un documental, KEDI (gato en turco), que cuenta la vida de siete de ellos, con sus diferentes personalidades, por las calles de la gran ciudad. Es de 2016, lo ha dirigido Cyeda Torum y ya ha recibido las mejores críticas. Aún no lo hemos visto, sólo puedo dejaros en enlace al trailer (https://youtu.be/lKq7UqplcL8) pero en cuanto volvamos a España lo buscaremos.
En el resto de ciudades que hemos visitado los gatos también son cuidados o, al menos, no son molestados. Los perros son otra cosa. Para los musulmanes tradicionales son animales sucios y no los quieren mucho. Dicen que uno mordió a Mahoma y esa leyenda negra lastra su existencia, sobre todo en las ciudades más pobres y menos desarrolladas donde malviven comiendo de la basura y lo que pillan por ahí, aunque nadie les pega como sucedía en la India. Pero eso está cambiando, afortunadamente, y en Estambul, Izmir y Trabzon el ayuntamiento los identifica con una chapa que les ponen en la oreja para indicar que son "perros de la calle". Supongo que también los vacuna y los esteriliza porque en estas ciudades no ves muchas madres embarazadas ni cachorros, con en Artvin, las puertas del infierno, ciudad a la que me negué a entrar solo por lo que vi al llegar.
SIn embargo, en Rize tuvimos una experiencia fantástica una noche, que coincidimos con una pareja mientras cenábamos. Observé que iban guardando en un bote vacío de agua restos de su comida. Al salir del restaurante, uno de esos "perros de la calle" les estaba esperando, dando saltos de alegría. MIentras le daban la comida, lo lavaron con toallitas, lo achucharon y jugaron con él. No pude aguantarme y salí a preguntarles. Y entonces me contaron eso, que el ayuntamiento los cuidaba y ellos también. Les pregunté por qué no lo adoptaban y me dijeron que llevaban dos años cuidándolo, que lo veían todos los días, que les acompañaba hasta su casa cada noche pero no querían privarle de su libertad metiéndolo en un piso pequeño. Que así vivía bien. Y es verdad. Los dos días que estuvimos en RIze observé que pasaba lo mismo con muchos otros. Cada uno tenía algún humano que se ocupaba de ellos, de hecho los perros que vimos eran mayores y estaban incluso gorditos. Envejecían en las calles que por las noches eran suyas. Durante el día apenas te los cruzaba, se dedican a pasear o dormir en cualquier esquina donde no molestaran. Entonces bauticé a Rize, la tierra donde se produce todo el té que beben los turcos, como "la ciudad de los perros bien queridos".
Pero lo que sin duda ocupa el ranking número uno en perros bien queridos es Trabzon. Aquí no hay apenas perros por la calle porque hay mucha gente que ya los tiene en su casa, y los saca de paseo con sus correas, algo absolutamente inusual en un país musulmán. Ayer visitando Aya Sofía en el barrio Fatih (Trabzon es un Estambul a pequeña escala que reproduce incluso las calles con los techos de paraguas de colores), vi a un hombre entrar con su cocker spaniel a una confitería, que se sentó elegantemente detrás de él mientras le compraba la que intuí era su comida favorita, porque luego la compartieron al salir. Y nadie le dijo nada, al contrario, todo eran sonrisas. Eso ha hecho que mi visita a Trabzon haya sido una de las más agradables del viaje!
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