Antes de perdernos por la Anatolia del noreste turco, no pudimos resistirnos a visitar por quinta vez Estambul. Imagino que cien veces que viniera, cien veces que me volvería a enamorar de esta ciudad, la ciudad de las ciudades. Porque como leí en un bar escrito en las paredes: "si en la tierra sólo hubiera un país, Estambul sería su capital". Y puestos a elegir, de todas las que yo conozco, mejor Estambul que ninguna.
Esta vez nos centramos sólo en un par de barrios: el alternativo Kadikoi, en el lado asiático, y el moderno Karakoi, en la orilla europea, aunque nos alojamos en Sirkeci, el más turístico de los tres, por comodidad para movernos a cualquier parte (hotel Maywood, estuvimos en la gloria). Porque también visitamos la Mezquita Azul, el Gran Bazar y todas esas cosas que hay que ver cuando vas por primera vez a Estambul. Y si ya las has visto, te puedes centrar en otras cosas, puedes observar más los detalles, las personas, los gatos... y las disfrutas igual porque son impresionantes, aunque las hayas visto mil veces.
A Kadikoi fuimos en barco y encima no pagamos billete porque era fiesta nacional ("el día de los mártires"): celebraban el aniversario del fallido golpe de estado contra Erdogan, que tuvo lugar hace unos años y que tantas purgas y atentados contra los derechos humanos le ha supuesto al pueblo turco, incluida la libertad de información (en Turquía necesitarás un VPN para navegar con libertad por Internet. Páginas como la Wikipedia o Booking, entre muchas otras, están "capadas". Sí, lo volveré a escribir: en Turquía no puedes navegar por las páginas que quieras. Como en China. Yo tampoco lo sabía hasta hace unos meses).
Kadikoi es una de las zonas habitadas más antiguas que rodean a Estambul. Allí se ubica el famoso restaurante SIYA SOFRASI, en la Günesly Bahce, rodeado de puestos de fruta, verdura, pescado, jabones... en los que podría perderme un día entero. Este restaurante, visita obligada y superrecomendable, es famoso porque su chef recupera recetas e ingredientes tradicionales de la cocina de Anatolia, que elabora con una calidad máxima y sirve en un local que no innova en nada porque no le da la gana: encontrarás las típicas bandejas de los "lokantasi" (comedores) populares repletas de "messes" (aperitivos) de las que te sirves tú misma y luego te pesan el plato para cobrarte. Una filosofía parecida a la de nuestro super Ferrán Adriá, que siempre quiso conservar el aspecto de comedor tradicional en su premiadísimo e inigualable Bulli.
Después de comer en el Siya, deambulamos por las calles más estrechas del barrio, que están plagadas de explosivos y divertidos grafitis, que te sorprenden en cada esquina, y decenas de cafés a cual mas alternativo y mejor decorado, llenos de gente joven con pinta de artistas, hipster y todas las etiquetas que quieras usar, que tanto nos recordó al Malasaña madrileño. Un barrio lleno de vida, en definitiva, que se nota que es donde han ido a parar todos los que tienen ganas de hacer cosas pero no pueden pagar los que suponemos carísimos alquileres del centro. Por eso, además de bares, encontrarás todo tipo de tiendas a cual más apetecible, entre las que predominan las de vinilos e incluso "casetes" junto a librerías de segunda mano, tiendas de bellas artes y productoras de video, que conviven perfectamente con los pequeños comercios del barrio del toda la vida.
Karakoi es diferente. Se nota que está entrenado por muchos años de turismo europeo y ofrece lo que los turistas quieren: bares con cerveza (a 4 euros el botellín), tiendas magnéticas, diseño cien por cien turco, y restaurantes buenos, como el Karakoy Lokantasi que, a pesar de la sencillez del nombre, esconde uno de los mejores menús de la zona y en el que, además, puedes cenar con vino, cerveza o raki, si lo deseas. Nosotros nos pedimos unos calabacines rebozados que eran la especialidad de la casa, según intuimos al ver que no faltaban en ninguna mesa, y nos sirvieron con salsa de yogur, ajo y eneldo fresco. Los acompañamos con unos calamares fritos con una especie de alioli y una fuente de fruta fresca de postre (sandía, cerezas, nectarinas y albaricoques de temporada).
Al día siguiente nos repartimos entre los barrios de Kadirga, Kumkapi, Sultanhamed y de nuevo Karikoi. Camino del Museo de la Fotografía de Estambul nos encontramos con una de esas joyas escondidas que tiene la ciudad, la Pequeña Santa Sofía, una iglesia del s.VI en la que se ensayó la que luego sería la estructura y construcción de la gran Santa Sofía, y que no habríamos visto jamás si no llegamos a perdernos callejeando por las calles del barrio de Kadirga. Además, tuvimos la suerte de visitarla solos, mientras un hombre recitaba, sentado en una esquina, suras del Corán. El Museo de la Fotografía también resultó una gran sorpresa porque aprendí un montón de la historia de este medio en Turquía, como por ejemplo que Naciye Soman fue la primera mujer, fotógrafa profesional, que abrió un estudio dedicado a fotografiar mujeres en Estambul en 1919!
Por la noche, nuestra última noche, hicimos lo que todos los turistas (y turcos) hacen: comprar dulces (turk lokumu) en la confitería de Haci Ismail Hakkizade Hafiz Mustafa, que hace esquina con la calle Ankara y se fundó en 1864. Tiene sucursales repartidas por la ciudad pero ésta, que debe ser la original, no cierra nunca, es decir, abre 24 horas y a cualquier hora que pases es un enjambre de gente entrando y saliendo. Así es Estambul!
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