Recién desayunados y bien dormidos, emprendimos camino hacia no sabíamos dónde. El plan inicial era llegar a Izmir (Esmirna) pero antes había algunas paradas que la guía nos recomendaba hacer. Una de ellas era AYVALIK, un bello pueblecito antes griego, ahora turco, frente a la isla de Lesbos, que tiene en su memoria haber vivido una más de las consecuencias dramáticas de la Primera Guerra Mundial. Tras la "reordenación del mundo" que vino con la derrota, Grecia y Turquía se juraron odiarse eternamente. Y como consecuencia de las nuevas fronteras, los griegos que vivían ahora en territorio turco (como era el caso de este pueblecito de pescadores y agricultores) tuvieron que abandonar sus casas, las de siempre, en las que habían nacido, y trasladarse al otro lado de la línea, exactamente a las casas de los turcos que vivían en territorio griego ahora, enfrente casi, y dejar sus vidas atrás. La película "El olor de la canela" cuenta esta historia, creo, o una parecida, de las tantas que hubo.
Dice la guía que la gente consiguió sobrevivir con sabiduría y tranquilidad. Como ambos grupos, griegos y turcos, se dedicaban a la mismo (a pescar y cultivar olivos, hay bosques inmensos cubriendo las colinas de la zona, y digo bosques porque aquí los cultivan de otra forma, sin "cultivarlos" como nosotros) pues se adaptaron bien. Además, la cordialidad mediterránea, más alla de las nacionalidades, hizo que unos dejaran a los otros volver a visitar sus casas de vez en cuando y viceversa. Es una historia preciosa.
Lo que hoy te puedes encontrar en Ayvalik es un pueblo de pescadores, con casas de piedra típicamente griegas y una mezquita en la que los domingos se ofrece misa cristiana para los repatriados. Pero también hay miles de turistas que llegan atraídos por sus playas. Nada más llegar, tuvimos la sensación de habernos teletransportado a La Manga en pleno mes de agosto!. Así que no nos quedamos y seguimos ruta hacia BARGAMA, el nombre de la nueva PÉRGAMO.
Pérgamo fue una más de las joyas del imperio griego. Famosa por su acrópolis, que se encarama en lo alto de una montaña, como todas las acrópolis griegas, y los pergaminos, que permitieron un avance enorme en cuanto al desarrollo de la escritura ya que, por primera vez, se podían hacer "libros" que no había que enrollar (los pergaminos se hacen con piel, los papiros son de papel pero mucho más frágiles, gracias a lo cual Pérgamo atesoró una de las bibliotecas más importantes de la antigüedad, la segunda después de Alejandría), lo es más porque aquí nació GALENO, uno de los padres de la medicina tal y como la conocimos en occidente hasta el siglo XVIII. Nacido aquí pero formado en las mejores escuelas de la época, cuando volvió a casa impulsó un magnífico ASCLEPION, que, para entendernos, sería una especie de balneario o lugar de reposo donde la gente acudía a sanarse, esencialmente con baños de hierbas y edemas, que eran prescritos según los sueños que tuvieran al llegar. Es decir, tu llegabas allí y lo primero que hacían era ponerte a soñar. En esa época pensaban que los sueños eran la clave para localizar tus males, y una vez localizados, zas, enema y hierbas, vasos de agua sagrada, paseos por el campo, sol y teatro (el balneario tenía su propio teatro, con un aforo para más de 3000 personas, porque los griegos, que a sabios no hay quien les gane, ya sabían entonces que no se puede curar el cuerpo sin curar el alma). El símbolo de Galeno era una serpiente porque él entendía que con sus tratamientos la gente, como las serpientes, mudaba la piel y se curaba.
Nos quedamos a dormir en la Pensión Gobi (80 liras), un sitio estupendo regentado por un abuelo muy simpático y con un jardín con mucho encanto, lleno de adornos entre la vegetación. La visita a las ruinas la abordamos después de desayunar y empezamos por la Asclepión, menos mal, porque me gustó mucho más que la acrópolis, y además pudimos visitarla solos, llegamos los primeros. La asclepión está mucho mejor restaurada que la acrópolis, tambiés es más pequeña. La ciudad entiendo que está en proceso de restauración, con lo que les queda. Porque los alemanes llegaron aquí en el s.XIX y se lo llevaron casi todo, para hacer en Berlín un museo dedicado a Pérgamo exclusivamente. Lo que más me gustó fue el teatro que es especial, aprovecha la pendiente empinadísima de la collina para extenderse (aforo 10.000 personas) y las vistas sobre la nueva ciudad y los alrededores son impresionantes. A los griegos les gustaba esto de hacer teatros con vistas, supongo que para entretener al público si la representación se ponía aburrida.
Después de las visitas a las ruinas, comimos algo y emprendimos viaje, rumbo a Foça, otro pequeño pueblo de pescadores que es famoso por tener una costa protegida porque aquí viven algunos de los últimos ejemplares de foca monje del mediterráneo (de ahí el nombre, no sé si de las focas o del pueblo). Dice la leyenda que los antiguos navegantes sucumbían hechizados ante los cantos de sirenas y encallaban sus barcos en las costas accidentadas del Egeo por su culpa, y que Ulises sobrevivió, cuando andaba empeñado en su odisea, gracias a que se ató al mástil para resistir la tentación. Interpretaciones modernas dicen que esas sirenas debían de ser focas, basándose supongo en su querencia a encaramarse a las rocas y emitir sonidos hipnóticos. Y que el resto lo ponía la imaginación de los marineros.
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