Después de esa noche de transición en Milas, pusimos rumbo a Mugla, una bonita ciudad otomana donde hicimos la siguiente noche y aprovechamos para comprar en sus bazares las especias que mi hermana nos pedía y, de paso, una ristra de judías verdes y berenjenas secas (de lo que me arrepentí el minuto siguiente porque a ver cómo meto eso en el avión... pero eran tan bonitas!). Los puestos de los mercados están llenos de ristras de verduras secas y diferentes semillas que no conocemos ni conseguimos entender qué son, ni con diccionario en mano, pero lo que más hay son pimientos y guindillas secas, en realidad el país entero está lleno. Hacen como nosotros, los secan ahora que están en temporada y luego los muelen para hacer esa mezcla que aún no sé cómo llaman pero que usan para todo: ensaladas, sopas, pides (son esas pizzas alargadas de masa fina que están buenísimas)... A todo lo ponen esa mezcla, en ningún restaurante falta, junto con la sal y la pimienta (del aceite de oliva que por aquí tanto cultivan, ni rastro). Ali, del Hotel Flora, donde ahora mismo nos encontramos (luego os lo cuento), me acaba de contar que lo que ponen en la etiqueta, "pul kirmizi biber", sólo significa "pimiento rojo molido gordo", y que los hay secados con aceite y sin aceite, y picantes y dulces, así que no tengo ni idea de lo que hemos comprado al final. Os repartiré las bolsas al azar :)
A mediodía fuimos a Kiyikislacik, otro pequeño pueblo de pescadores con otras bonitas ruinas griegas en la puerta, Iasos, donde pudimos ver parte de la ciudad hundida en las aguas precisamente por ese crecimiento del río Meandro que os contaba en otra entrada, que ha provocado que en las zonas más cerradas el nivel del agua crezca (en lugar de bajar) por los sedimentos. Lo de las ruinas en el agua parece típico de esta zona porque por la tarde fuimos a Guçulcuk y pasaba lo mismo. Podías caminar en el agua, a ras de superficie, sobre restos de la muralla, como si de un milagro se tratara (a ver si lo de caminar sobre las aguas era esto...).
Guçulcuk es el final de la bahía de Bodrun, que es la zona famosísima de aquí, la "marbella turca" de la "costa turquesa". Casi nos da un infarto cuando llegamos allí, un sábado a mediodía (los turcos no van a la playa temprano, aquí nadie madruga, sino a mediodía, a partir de las 2-3 es hora punta porque no duermen la siesta). Atasco infinito y miles de coches!!! No nos lo podíamos creer. Sabíamos que la costa turquesa era famosa pero lo que nos encontramos superó nuestras expectativas: hoteles de 5 estrellas súper luxe y residencias preciosas de superlujo encaramadas en la ladera de las montañas, junto a playas, es verdad, de aguas turquesas, la mayoría de ellas privadas. Así que seguimos ruta hasta Guçulcuk, a unos 20km, en busca de un poco de calma. Allí nos encontramos una zona más popular (hippy decía la guía), sin turismo extranjero (consecuencia: casi nadie habla inglés) pero con unas terrazas también preciosas, asomadas al mar.
La nota curiosa del lugar esta vez la puso un perro pescador, lo encontramos metido en el agua, entre los barcos anclados junto a la orilla, absolutamente concentrado, con la cabeza hacia abajo, pescando. El perro lucía precioso y sanísimo. Y es que ahora sabemos que lo mejor para ellos es el pescado y el omega 3 (el pienso carísimo de Roko lleva eso, así que dadles sardinas a los perros, por favor, menos carne y más pescado, vivirán mejor!).
De allí nos fuimos a Koycegiz, un lago enorme desde cuya orilla os escribo esta mañana. Llegamos hace un par de días, pensando pasar sólo una noche pero nos gustó tanto el sitio que nos quedamos una noche más. Es muy tranquilo y en la desembocadura, donde el lago se junta con el mar (así que en realidad es como un Mar Menor pero dulce), está la famosísima "playa de las tortugas", donde fuimos ayer por la tarde. Yo iba sin muchas expectativas porque la experiencia me dice que todos esos sitios famosísimos, luego son un horror. Pero en este caso no. Esta playa es conocida porque es de las pocas que quedan ya en el mediterráneo en la cual las tortugas se siguen atreviendo a poner sus huevos. No vimos tortugas, claro (sí sus nidos en la arena, que están señalizados y protegidos), no en el agua, pero sí en un centro de investigaciones que la universidad tiene en la misma playa, donde curan a las pobres tortugas atacadas por pescadores o intoxicadas por comer la basura que tiramos al mar. La playa, además, era extensísima, medía unos 7 km, y nos dimos un baño espectacular, rodeados de dunas.
En el hotel Flora, donde nos hemos alojado, un hotel monísimo justo frente al lago (esta mañana nos hemos dado un baño magnífico antes de desayunar), coincidimos con una pareja majísima de Valencia, Vincent y María José, que resultaron ser unos viajeros locos como nosotos, de esos que van decidiendo día a día qué ruta seguir.
Ahora seguimos viaje, no sabemos bien hacia donde... Nos han hablado de otro sitio cerca de aquí, más tranquilo aún, donde las casas ni siquiera tienen agua corriente, Tashca (o algo así), a ver si lo encontramos... Besos para todos!!!
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