Después de perdernos varios días por el norte, entre carteles imposibles de entender para nosotros porque estaban escritos en gaélico (hemos estado en una de las zonas duras, donde aún luchan por mantener viva una cultura y una lengua que se les muere entre las manos, porque el inglés es el idioma que quieren aprender los jóvenes para trabajar), nos mudamos a Belfast de nuevo. Ha sido una semana magnífica en Conegal, visitando sus impresionantes acantilados, disfrutando su comida, sus enormes casas, sus playas con caballos, sus ríos y lagos, sus castillos...
Los dos días en Belfast también han sido increíbles porque, además de contemplar estupefactos el enorme edificio que han levantado a mayor gloria del Titanic (que fue construido en los astilleros de esta ciudad, junto con los dos barcos hermanos que se hicieron a la vez y de los que no había oído hablar nunca), y sorprendernos con la especulativa reforma inmobiliaria de la zona, que ha convertido un paisaje degradado, y mucho más interesante, en una colmena de pisos de ultradiseño, el tiempo nos dió además para ver una foca en el puerto! (las habíamos buscado intensamente por esas tierras apacibles del norte sin éxito y mira, en el puerto de Belfast, entre inmensos barcos, había una! que salió a saludarnos simpáticamente), visitar el mercado de Saint George, uno de los mejores de las islas, dedicado a delicatessens y artesanía, y el MAC (Museo de Arte Contemporáneo), un precioso edificio lleno de NADA. Pero sobre todo, gran experiencia del viaje, hemos disfrutado sus tabernas, mucho más radicales que las dublinesas y llenas de personajes dispuestos a entablar conversaciones con nosotros desde el primer minuto que las pisábamos.
Ayer fue increíble: empezamos compartiendo taberna a media tarde con una despedida de soltera en la que todas las chicas iban disfrazadas de algo. Eso es lo típico aquí. Esa taberna era una de las más antiguas de la ciudad (300 años habían pasado desde su fundación y seguía en el mismo sitio) y allí conocimos también a, llamémosle C. (omitiré su nombre por seguridad), un irlandés duro, muy duro, que hablaba un poco de español porque lo había aprendido en una cárcel colombiana, y otro poco de vasco porque tenía un hijo perdido por esas tierras (además de holandés, porque allí estudió Derecho). Después de dos pintas, nos contó lo que ya nos imaginábamos por la camiseta que llevaba con un kalashnikov estampado: que era un antiguo combatiente del IRA y que había viajado tanto porque se dedicaba a comprar armas y a entrenar a otros hermanos de la revolución, como los colombianos, palestinos, afganos, sudafricanos, vascos, etc. Yo me quedé muerta. Lo mejor es que era muy muy divertido y conseguimos entender muchísimo de lo que nos contaba, todo un triunfo para nuestro inglés! Me encantó escucharle porque no hablaba desde la amargura, aunque estaba muy mosqueado con la situación actual, pero los años en las cárceles colombianas e irlandesas le habían escarmentado y ahora se dedicaba a otro tipo de negocios más legales, nos dijo.
De esa taberna nos fuimos a una que nos recomendó C., otra de las más antiguas de la ciudad, cuna de la Liga de Hombres Irlandeses, es decir, el germen de los republicanos antiunionistas que plantaron cara durante tantos años a los ingleses. Allí conocimos a los primos "Roberto" y "Pablo", primos dobles por parte de padre (hermanos) y madre (hermanas) que se cambiaron el nombre en cuanto supieron que éramos españoles. Y "Roberto" lo supo pronto porque había estado trabajando en Pamplona ocho años haciendo tortillas de patatas en un restaurante para guiris, suponemos, porque en ocho años el español no le había dado para mucho. Eso sí, se acordaba perfectamente de la "fucking" Belén Esteban, que estaba a toooodas horas en Telecinco. Nos reímos muchísimo con ellos pero debemos admitir que la conversación fue mucho más difícil que con C.. Al principio del viaje yo le dije a Mateo que nuestro inglés sería realmente bueno cuando consiguiéramos entender a los borrachos. Y anoche casi lo conseguimos, o lo conseguimos durante un buen rato. Hasta que el agotamiento y las pintas nos vencieron.
Desgraciadamente, de este capítulo tabernero no tengo fotos, no procedía sacar el iphone para pedirles una foto de recuerdo.
Hoy hemos cogido un tren por la mañana, para volver a Dublín y aún nos estamos recuperando del impacto. Definitivamente Dublín y Belfast no tienen nada nada que ver. Dublín es un hormiguero de tiendas y de gente moviéndose a todas horas. Además, hemos tenido la suerte de encontrarnos a Leonor Watling, nuestra admirada Leonor (cantante de Marlango y actriz), y eso siempre le da más caché a una ciudad. Mañana volamos a España, a los 45º y al calor infinito, a ver cómo hacemos la transición...
Los dos días en Belfast también han sido increíbles porque, además de contemplar estupefactos el enorme edificio que han levantado a mayor gloria del Titanic (que fue construido en los astilleros de esta ciudad, junto con los dos barcos hermanos que se hicieron a la vez y de los que no había oído hablar nunca), y sorprendernos con la especulativa reforma inmobiliaria de la zona, que ha convertido un paisaje degradado, y mucho más interesante, en una colmena de pisos de ultradiseño, el tiempo nos dió además para ver una foca en el puerto! (las habíamos buscado intensamente por esas tierras apacibles del norte sin éxito y mira, en el puerto de Belfast, entre inmensos barcos, había una! que salió a saludarnos simpáticamente), visitar el mercado de Saint George, uno de los mejores de las islas, dedicado a delicatessens y artesanía, y el MAC (Museo de Arte Contemporáneo), un precioso edificio lleno de NADA. Pero sobre todo, gran experiencia del viaje, hemos disfrutado sus tabernas, mucho más radicales que las dublinesas y llenas de personajes dispuestos a entablar conversaciones con nosotros desde el primer minuto que las pisábamos.
Ayer fue increíble: empezamos compartiendo taberna a media tarde con una despedida de soltera en la que todas las chicas iban disfrazadas de algo. Eso es lo típico aquí. Esa taberna era una de las más antiguas de la ciudad (300 años habían pasado desde su fundación y seguía en el mismo sitio) y allí conocimos también a, llamémosle C. (omitiré su nombre por seguridad), un irlandés duro, muy duro, que hablaba un poco de español porque lo había aprendido en una cárcel colombiana, y otro poco de vasco porque tenía un hijo perdido por esas tierras (además de holandés, porque allí estudió Derecho). Después de dos pintas, nos contó lo que ya nos imaginábamos por la camiseta que llevaba con un kalashnikov estampado: que era un antiguo combatiente del IRA y que había viajado tanto porque se dedicaba a comprar armas y a entrenar a otros hermanos de la revolución, como los colombianos, palestinos, afganos, sudafricanos, vascos, etc. Yo me quedé muerta. Lo mejor es que era muy muy divertido y conseguimos entender muchísimo de lo que nos contaba, todo un triunfo para nuestro inglés! Me encantó escucharle porque no hablaba desde la amargura, aunque estaba muy mosqueado con la situación actual, pero los años en las cárceles colombianas e irlandesas le habían escarmentado y ahora se dedicaba a otro tipo de negocios más legales, nos dijo.
De esa taberna nos fuimos a una que nos recomendó C., otra de las más antiguas de la ciudad, cuna de la Liga de Hombres Irlandeses, es decir, el germen de los republicanos antiunionistas que plantaron cara durante tantos años a los ingleses. Allí conocimos a los primos "Roberto" y "Pablo", primos dobles por parte de padre (hermanos) y madre (hermanas) que se cambiaron el nombre en cuanto supieron que éramos españoles. Y "Roberto" lo supo pronto porque había estado trabajando en Pamplona ocho años haciendo tortillas de patatas en un restaurante para guiris, suponemos, porque en ocho años el español no le había dado para mucho. Eso sí, se acordaba perfectamente de la "fucking" Belén Esteban, que estaba a toooodas horas en Telecinco. Nos reímos muchísimo con ellos pero debemos admitir que la conversación fue mucho más difícil que con C.. Al principio del viaje yo le dije a Mateo que nuestro inglés sería realmente bueno cuando consiguiéramos entender a los borrachos. Y anoche casi lo conseguimos, o lo conseguimos durante un buen rato. Hasta que el agotamiento y las pintas nos vencieron.
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