Después de unos días maravillosos en Bangkok, empezamos nuestra ruta hacia Laos. Para ello, cogimos un tren nocturno hasta Ubon Ratchathani (paliza no recomendable), donde dormimos en el hotel más cutre de todo el viaje, el Sri-Sran, pero no había mucho más disponible. Lo único bueno fue el precio, unos 10€, y el "buffet" desayuno, abierto no sólo a los huéspedes del hotel sino a todo el que pasara por allí, que incluía café y té, tostadas de pan de molde con mantequilla y galletas.
Ubon Ratchathan no es un destino turístico porque no tiene nada interesante que ver pero como suele suceder en estos lugares anodinos, a priori, siempre esconden algún tesoro. Aquí, por ejemplo, encontramos una biblioteca budista, como del s.XVII-XVIII, hecha de madera entera y ubicada sobre un lago de nenúfares, para proteger los libros de las termitas, entendemos. Era preciosa. También disfrutamos mucho su "paseo marítimo" a orillas del río, donde nos tomamos unas cervezas y cenamos con una de esas curiosas ollas que te ponen en las mesas, con sus brasas incluidas, para que te cocines tú lo que quieras, como quieras.
Después de Ubon, cogimos un bus hasta Pakse, ya en Laos, donde nos alojamos en un hotelazo para compensar, el hotel Pakse, que tenía otro desayuno buffet pero éste de verdad, absolutamente espectacular, con las únicas mermeladas caseras que hemos encontrado hasta ahora. Allí cogimos fuerzas cenando en el Daolin, un restaurante buenísimo donde convivían los locales con los guiris, y a precio local. Imprescindible no perdérselo. Allí probamos por primera vez la famosa ensalada de papaya verde, la más buena que hemos comido hasta ahora, y otras delicias como unas berenjenas con pollo y anís o una especie de arbolitos con salsa agridulce de fresa.
Al día siguiente, carretera y manta, esta vez en tuc tuc, divertidisimo, hasta Champasak, la base para visitar las impresionantes ruinas de Vat Phu, patrimonio de la humanidad. Allí nos alojamos en la Guesthouse Kuamphouy, por unos 7€ la noche. El sitio era humilde pero muy agradable. De hecho, visitamos varios alojamientos más pero fue el que más nos gustó. Lo único malo sus camas durísimas y el ventilador que hacía un ruido horrible. Allí conocimos, sin embargo, a gente interesantísima, como a los dibujantes franceses de cómic Guerse Pichelin, premiados en Angouleme, según nos contaron, que andaban trabajando en su próximo libro (fue un lujo ver sus cuadernos de notas y asistir en directo a su proceso de trabajo, uno dibujaba, el otro hacia el guión) y a los dueños de Chez Maman, una madre y un hijo, también franceses, que han montado una pequeña tienda, en medio de lo que a nosotros nos parecía ninguna parte, desde la cual trabajan con artesanos locales para fabricar bolsos u otros productos hechos de bambú y telas tejidas por ellos pero con diseños modernos. Nos trajimos el contacto de su Facebook, aún no tienen web: chezmamanlaos.
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